Competir desde el miedo…
Competir desde el miedo: Padres y deportistas, una historia sin fin.
Durante los primeros días de enero me sorprendí cuando leí, en un portal de internet, una noticia que me resultó impactante. Me encontré con una declaración del tenista australiano Bernard Tomic. Este deportista de alto rendimiento abrió su corazón cuando comentó a la prensa que “aún teme a su padre”. Explicó que desde muy chico fue sometido a una presión excesiva para convertirse en una estrella del tenis, entrenando más de 10 horas por día y ganando partidos sin disfrutar, incluso a veces sin siquiera tener ganas de jugar.
Automáticamente se me vino a la mente la historia de Andre Agassi, otro tenista de élite reconocido mundialmente, quién comenzó su autobiografía diciendo que odia el tenis, describiendo minuciosamente la presión que sufrió por parte de su padre desde los 7 años, y contando al mundo sobre el “dragón” al que se tenía que enfrentar durante horas cada día: una máquina tétrica que escupía pelotas a 180 km/h (construida por su padre) a la que temía profundamente.
Se me hizo inevitable acordarme de la historia de Michael Bentt, el campeón mundial de boxeo que odiaba su deporte, y que solo lo practicaba debido a las reiteradas amenazas y agresiones de su padre, quien estaba obsesionado con tener un hijo campeón. Este boxeador cayó a la lona en una oportunidad, tuvo un accidente cerebral y estuvo en coma tres días. Cuando se enteró de que debía retirarse solo dijo: “Bendito dios”
Después de tomar consciencia de lo que leí, y de haber asociado esta noticia con los otros casos, pude ponerme por un momento en los zapatos de estas personas. Me surgieron múltiples interrogantes en cuestión de segundos.
¿Cómo es posible que un campeón mundial sienta alivio ante un retiro forzado?
¿Alguien se imagina peleando contra un dragón de hierro que escupe pelotas a toda velocidad a los siete años?
¿Cuál es el propósito de competir sin desearlo internamente?
Pensé en todos los casos que aún no conocemos. Sobre todo en los de personas que nunca vamos a ver en las noticias. En todos estos casos se repite el mismo patrón, una presión excesiva por parte de los padres.
Estos chicos, compiten desde el miedo. El miedo es una emoción que se relaciona con la supervivencia. Competir desde el miedo implica tensión, enojo, frustración y estrés. Jugar partidos a nivel profesional motivados por el miedo choca irremediablemente con la cuestión existencial del deportista:
¿Para qué compito?
Cuando este sentido es otorgado e impuesto desde “afuera”, como el caso de un padre, se genera un escenario realmente temible. Me cuesta, de solo pensarlo, ponerme en el lugar de un deportista que dedica toda su vida a algo, que es en realidad, un deseo ajeno.
Desde las diferentes profesiones en el deporte que pueden aportar y facilitar procesos de aprendizaje, considero que es sumamente necesario revisar cuáles son las acciones que se están llevando a cabo para evitar que estos casos sigan sucediendo.
Actualmente, es para celebrar que el abordaje se centre en el deportista, cuestión que antes era inexistente: en que piensa, en cómo se siente y que es lo que le pasa. Sin embargo, evidenciado por este tipo de noticias, no estaría siendo suficiente.
Será fundamental tener en cuenta que el entorno de estos competidores puede estar siendo perturbador, lo que de no ser detectado a tiempo, llevaría a escenarios similares a los descriptos más arriba. En ese caso, sería nutritivo e indispensable incorporar a los padres y a los diferentes roles que impactan en la carrera de un deportista – en especial en los más jóvenes – para acompañar a los deportistas de la mejor manera posible. Incluyo en “la mejor manera posible”, la aceptación del hecho de que quizás al deportista ni siquiera le guste ese deporte y quiera dejarlo.
Estos casos famosos deben servirnos de guía para prestar atención e intervenir como profesionales del deporte.